La depresión de Costa Rica – Parte 3

Cuando Costa Rica aprenda a evaluar su manera de  pensar de una manera más realista su estado emocional mejorará también.  La señora debe estar atenta de cuando haga sobre-generalizaciones y evitar hacer declaraciones extremas como “ellos siempre” o “ellos nunca”.  Es imposible que una persona, grupo o situación permanezca todo el tiempo, cada minuto, cada segundo, cada instante causándole molestias a propósito. La señora y sus hijos deben tener cuidado con el exagerar o magnificar los rasgos negativos de los otros, de las situaciones o de los acontecimientos que los hacen sentir vulnerados.  También es de suma importancia que Costa Rica aprenda a filtrar y a doble chequear la información que le llega a través de los medios de comunicación social antes de creerla. Como dijo Jesús una vez, las personas tienden a ser muy buenas para “colar el mosquito, pero se tragan el camello” (Mateo 23.23-24).

Hasta el momento, los hijos de la patria se inclinan a sentirse “pobrecitos y salados” y han aprendido muy bien a minimizar o a quitarle la importancia a algunos de sus propios comportamientos inadecuados, a sus áreas por mejorar o a las circunstancias que los comprometen a ellos y a sus compañeros de grupo.  En cuanto a la manera de pensar de doña Costa Rica, la señora y sus hijos también deberían evitar la enfermiza tendencia de clasificar a las personas, sus experiencias y sus comportamientos en categorías que solo admiten dos posibilidades opuestas “lo bueno y lo malo” o “lo positivo y lo negativo”. (Tenorio-Pardo 2015). 

Según los expertos que estudian el comportamiento humano, los seres humanos no abrazamos el cambio hasta que el dolor de permanecer igual es más grande que el dolor que trae el cambiar (Robbins 2007). ¡Ojalá que esta señora todavía pueda cambiar antes de experimentar un sufrimiento mayor por amor a ella y a sus hijos!  Ella y sus hijos todavía disfrutan del bienestar que resultó de las buenas decisiones que sus antepasados tomaron hace muchas décadas. Costa Rica tiene que volver a ser propositiva y a enfrentar sus desafíos proponiendo soluciones. Cuando los hijos e hijas de la patria se den cuenta de que lo que se necesita es que cada uno aporte y sirva al otro, su convivencia mejorará.

La tercera opción que tiene esta patria para darle respuesta a la polarización es el servicio y no el dominio. La propuesta terapéutica es la acción, la activación y no solamente el pegar el grito al cielo. Costa Rica para mejorar su salud debe asumir las riendas de su vida o destino y superar el desamparo aprendido, esa mentalidad de víctima que la incapacita y la estanca. Ya no es suficiente con la actitud de “¡Quéjese aquí!”. Eso podrá traer algún alivio emocional muy pasajero para alguno, pero no resuelve nada de manera permanente. Ya no es suficiente con reclamar, con marchas, huelgas y reclamos para demostrar quién es el más fuerte, para asustar y para obligar al otro a cambiar.  Nadie cambia así. Cada uno debe tomar la decisión de aportar y de respetar haciendo su parte aunque el otro no lo haga. No es un asunto de “fifty-fifty” como en un mal matrimonio. Es un asunto del 100%. Es tiempo que los hijos de Costa Rica hagan suyo el conocido pensamiento de “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país” (John F. Kennedy).  Muchos de los hijos e hijas de doña Costa Rica, ya deben comenzar a ayudar en la casa, incluso a los “hermanillos peleones”, sin esperar que los sirvan o qué les den su pedazo del pastel. 

Los hijos e hijas de la patria que vayan despertando a un pensamiento más saludable se darán cuenta que ya no es necesario alinearse a ninguno de los dos grupos dominantes.  Juntos podrán ser una tercera opción, la opción del servicio y de procurar la paz. Jesus nos enseño como hacerlo cuando dijo: Dios bendice a los que trabajan por la paz en el mundo, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5.9.

Aquellos que escojan esta tercera opción podrían ser una comunidad más proactiva que busca sanar no solo relaciones sino corazones.  En una comunidad hay de todo tipo de personas, algunos más golpeados por la vida que otros. En la casa de Costa Rica, cuando reine la nueva actitud de servicio y no de control, ya no tendrán que atacar a nadie ni sentirse más entre la espada y la pared viviendo atemorizados del rechazo de los demás porque se ganaran poco a poco su respeto con amor. Nadie se sentirá más obligado a tener que calzar.

De todas maneras, cada uno de ellos es muy distinto al otro. ¡Y eso está bien! La verdad es que cada persona es distinta, con virtudes y áreas de crecimiento. Será un alivio porque ya no tendrán que meterse “en peleas o discusiones que no llevan a nada” o que solo llevan a más polarización y división (1 Juan 4.19-20). Esa tercera opción, para los hijos de Costa Rica es el servicio y el amar a todos los otros hijos que tal vez todavía siguen divididos y peleando por dominarse. Esto no es nada nuevo. Jesús mismo fue el máximo ejemplo de amor y servicio para los que intentamos seguir sus pasos (me incluyo en este proceso).  Puede ser que a estos que se busque servir y amar todavía no estén de acuerdo con uno en un 100%, en un 50%, en un 25% o en nada, pero aún así se tendrá la libertad de tomar la decisión de amar o de servirle a esa persona con respeto. Al fin y al cabo, “¿Dónde está el mérito de amar solo al que lo ama y piensa igual que uno (1 Juan 4.20-21)?” 

Parte de la proactividad y del amar está en comenzar a respetar al otro.  Los hijos de doña Costa Rica pueden acompañarla a salir de su depresión creando un ambiente que favorezca más la salud mental de todos cuando comiencen a respetarse mutuamente. Ese cambio implica el hablar con cortesía, llamarse por su nombre, a decir buenos días, gracias, con permiso y a expresar y a escuchar las opiniones de los demás con respeto aunque no se esté de acuerdo. No se puede esperar que lo respeten para respetar. Tomar la iniciativa implica hacer con los demás como te gustaría que hicieran contigo (Mateo 6). En una democracia y estado de derecho reconocer que tu libertad termina donde comienza la de los demás es fundamental (Sartre). Si no existen límites claros, estaremos tratando de controlar, manipular o dominar al otro. Ninguna de estas tres acciones produce una verdadera y duradera transformación social. Una persona cambia actitudes y comportamientos cuando se experimenta el amor sincero.  Los niños son un buen ejemplo de esto. El vivir asustados, descontrolados y a la defensiva no le ha traído nada bueno a los hijos de Costa Rica. La patria y sus chiquitos deben darse cuenta que no todo ha escapado su control. Todavía se puede elegir amar en vez de odiar. Los hijos de esta señora todavía se pueden amar los unos a los otros aunque tengan diferentes valores, creencias que los lleven a pensar o a actuar diferente. Jesús lo dijo como un mandamiento en Juan 13.34-35. Un mandamiento nuevo les doy que se amen los unos a los otros.

Doña Costa Rica y sus hijos deben asumir la responsabilidad de su vida y de su destino.  Obviamente, la depresión de esta señora no es el único reto que enfrenta. De hecho tiene muchísimas dificultades más y situaciones por resolver. Pero, para poder tomar buenas decisiones que son claves para conseguir un futuro mejor debe comenzar por evaluar, desafiar y cambiar los pensamientos incapacitantes y poco funcionales que parecen tenerla estancada en una gran depresión que afecta a cada uno de los miembros de su hogar.  Cada uno de sus hijos e hijas deben involucrarse en ese proceso para facilitar su sanidad. Cuando ya Costa Rica se encuentre más equilibrada mentalmente, será más fácil que escoja un camino de paz que beneficie a todos sus habitantes de manera civilizada. Antes que ese cambio de mentalidad se dé, sus hijos estarán haciéndose cada vez más daño, maltratándose los unos a los otros y siendo instrumentos de conflicto y no de paz (San Francisco de Asís).

Por todo lo anterior, propongo una tregua o un paro activo para los hijos de la patria. Descansemos ya de pelear, de etiquetarnos con sobrenombres o de ignorarnos los unos a los otros, pero comencemos a servirnos y amarnos. Sentémonos a hablar otra vez con respeto; pongámonos al día con nuestras experiencias de vida; conozcámonos mejor y démonos cuenta que cada uno de nosotros es único e irrepetible y que por lo tanto ni pensamos ni vivimos igual.

Obras citadas:

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