Después del suicidio

Nos sentimos conmovidos por la decisión que algunas personas toman, cuando se ven a sí mismas incapaces de enfrentar una situación. El suicidio es la decisión que lamentablemente toman algunas personas, creen que al acabar con la vida, se acaba el estrés, el miedo, la desesperanza, el dolor, la inseguridad; pero…, la historia no termina ahí, lo cierto es que continúa, el mundo sigue, el país y los que vivimos también debemos continuar; los familiares de la persona que tomó la decisión de acabar con su vida continúan con vida y les toca asumir todo lo que dejó la persona que ya no está con ellos.

Después del suicidio, el cónyuge o los familiares de esa persona se verán acosados por la sociedad donde viven, por las deudas adquiridas; la realidad es que los problemas que esa familia tenían no desaparecen al suicidarse un miembro de ella, en honor a la verdad aumentan; la responsabilidad queda a la familia y ahora ellos ya no tienen con quien compartir su carga, el cónyuge queda completamente sola, porque en su mayoría son hombres los que toman esa decisión, y si tenía hijos, los hijos deberán enfrentar el mundo con el dolor de un padre que no quiso continuar con ellos.

La muerte por suicidio genera un sentimiento diferente al que deja la muerte natural o por accidente, de un ser amado. La forma en que a veces los medios de comunicación presentan la noticia de un suicidio, genera en la población una sensación de “lastima”, es decir tristeza por la persona que ya no vivirá más en medio nuestro, no genera acción para cambiar la situación; debería de generar compasión hacia los familiares que quedan y ahora deberán continuar viviendo a pesar del dolor. Debemos desarrollar compasión hacia nuestro prójimo, porque la compasión nos mueve a ayudar a los que están solos.

Invito al lector o lectora a reflexionar en si el suicidio, más que un escape es un acto centrado en sí mismo, que no nos permite pensar y somos incapaces de razonar en que son muchos los que están sufriendo también, que no estamos solos y que el dolor, la angustia e incapacidad de asimilar ciertas circunstancias no son exclusivas. El acto del suicidio no incluye el dolor que le ocasiona a quienes están en su círculo de relación más cercano, sean éstos familia, vecinos o amigos.

La otra reflexión a la que nos lleva el suicidio es a preguntarnos ¿Por qué se acabó la esperanza?, cuando decidimos acabar con nuestra vida es porque no vemos más allá, no vemos un futuro cercano y percibimos la vida como algo que ya no tiene sentido.

Recordemos que hay tres cosas que son permanentes en esta vida, estas son la confianza en Dios (fe), la seguridad de que Dios cumple sus promesas (esperanza) y el amor.  La pérdida de estos tres elementos  la fe, la esperanza y el amor en el diario vivir nos lleva a perder el deseo de vivir, a perder el amor a uno mismo y en quienes nos rodean, nos lleva a creer que no vale la pena continuar, vemos el mundo rodeado de miseria, ya no podemos creer que Dios tiene poder para cambiar nuestra situación, no podemos sentir esa seguridad de que Dios nos ayudará a empezar de nuevo, vemos el reto de volver a empezar como algo imposible para Dios y para nosotros. Aquí entra en juego el amor de Dios, Él nos ofrece Su amor, nosotros decidimos si lo tomamos o no, el amor de Dios incluye la confianza en Él y la seguridad de que su amor es tan grande que, a pesar de nosotros mismos, nos ayudará.

Animo al lector o lectora a pensar en los que quedan después del suicidio, ellos ocupan esperanza, ellos ocupan aliento para continuar aun cuando un miembro de la familia decidió no seguir, sinceramente ocupan el amor de Dios y el de todos quienes los rodean y no olvidar que ese amor es más grande que los problemas que hoy nos aquejan.

Es importante en estos tiempos recordar estas palabras:

“¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte…En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total.” Romanos 8.35-37

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