En la creación, cuando Dios hace al ser humano, crea primero al hombre, lo hace de barro y sopló en él aliento de vida. El hombre cuenta con la compañía de Dios, vive en un jardín donde todo es perfecto, pero se siente solo; él no sabe su condición de soledad, pero Dios si, primero le hace los animales para que se distraiga poniéndoles nombre, le asigna el trabajo de continuar su acción creadora en el huerto. Luego Dios descubre que el trabajo y los animales no son suficiente ayuda para llenar la sensación de soledad, es entonces cuando Dios decide crear otro ser humano igual a él para que le haga compañía.
Dios hace al hombre parecido a Él mismo, y ahora hace a la mujer parecida al hombre, cuando el hombre la ve expresa que al ser igual que él se llamará hombre en femenino, el juego de palabras es «Si yo soy ISH (hombre), ella es Ishá (mujer)».
Pero aquella mujer que fue creada como una bendición de Dios para el hombre, ambos con la capacidad de relacionarse con Dios, quienes eran el trio perfecto, hasta que la duda sembró la desconfianza, la desconfianza llevó a la violencia y de la violencia a la separación. En la historia de la humanidad la mujer ha sido víctima, en las culturas, ellas han sido subyugadas. Muchas han luchado por honrar su papel en la sociedad, pero a veces ellas mismas no valoran la importancia de sus vidas ni se dan valor a sí mismas.
La mujer ha sido madre, abuela, hija, profesional, luchadora, podríamos hablar de mujeres en la historia de la humanidad, las hemos visto como Jefas de Estado, como mártires, como científicas.
Pero hay un papel que quiero recordar y que se menciona poco, su valor es incalculable para la humanidad y es el papel como constructoras de la sociedad, cuando una mujer educa a un niño o niña, está edificando la sociedad presente y futura, ellas transmiten la cultura, ellas enseñan a los ciudadanos del mañana. Y no me refiero solo a ellas como madres, porque una mujer pueda nunca haber llevado un hijo en su vientre, pero tiene en su interior la fuerza para ayudar a una criatura que queda abandonada o ser maestra, edificando pequeñas vidas para su futuro. También están aquellas que escogen la profesión de servir al que sufre como enfermeras, llevando aliento a corazones que desfallecen.
La mujer no nació para ser una desgracia para la humanidad, existe para edificar, acompañar, transformar, multiplicar, nació para ser grande, nunca ignorada o manipulada. Me encanta Jesús en su encuentro con las mujeres, siempre las valoró, como la mujer del flujo de sangre, despreciada por su condición desde la religión, Jesús la sana, la introduce en medio de la multitud, o la viuda que dio todo lo que tenía, el sistema ni siquiera la tomaba en cuenta, Jesús la mira y valora su esfuerzo, a María la que se sentó a sus pies, no la desecho siendo él un maestro, cuando se sentó a sus pies y Jesús puso en alto su decisión; a Marta, miro lo que hacía con amor, respeto su deseo de alabarle haciendo sus tareas del hogar.
Jesús miró con tanta estima a la mujer, que le asigna llevar el anuncio de su resurrección, aun cuando sus discípulos la creyeron loca. Para salvar a los samaritanos y llevarles su mensaje, escogió a una mujer que la sociedad despreciaba. A una viuda que quedaba abandonada de la sociedad con la muerte de su único hijo, Jesús la detuvo en el camino y resucitó a su hijo para que no quedara desamparada. Todas estas mujeres lucharon en medio de una sociedad agresiva hacia la mujer, que la subestimaba o desechaba; pero ellas no temieron acercarse a Jesús, tampoco impidieron que Jesús se les acercara.
La mujer no es una víctima que ahora se vuelve victimaria, la mujer lleva en su corazón el amor que Dios ha puesto para su prójimo y transformar así una sociedad que corre a la maldad.