Cuando escuchamos en las noticias sobre los estragos que está causando la pandemia alrededor del mundo y en nuestro país, hay una cantidad de sentimientos que se desarrollan dentro de nuestro ser interior. Esta pandemia ha sacado a la luz lo mejor de cada ser humano, como actos solidarios con quienes perdieron su trabajo, o los que sufren; pero también ha revelado lo peor, la violencia, actitudes intransigentes, actitudes discriminatorias; la verdad es que las crisis en la vida sacan a la luz lo que realmente somos.
Aunque vivimos en un país sin ejército y que por generaciones no hemos experimentado una guerra, no se tiene un concepto claro de lo que es un toque de queda, pero las limitaciones y las restricciones solicitadas por las autoridades de salud, dan la sensación de que estamos en una guerra; aún, así continuamos viviendo como si la pandemia no nos fuera a tocar, creemos que ese es un mal de otros; pero ¿qué pasa cuando el COVID-19 llega al hogar?, ¿cuando alguien en tu casa es diagnosticado como positivo? y más aún, cuando sabemos que algún familiar tiene factores de riesgo.
Deseo compartir la experiencia vivida por una amiga que supo lo que es recibir un diagnostico positivo de COVID, quizás de su experiencia podemos aprender alguna lección para enriquecer nuestra vida.
La primera reacción fue preguntar ¿por qué a mí?, ¿Qué hice mal o qué no hice? Olvidamos que es un virus, que está en el ambiente y que cualquiera es vulnerable de ser contagiado.
La segunda reacción fue buscar culpables, decimos en nuestro interior, “si he cumplido con todas las normas sanitarias recomendadas, quien fue tan inconsciente para traer el virus a mi hogar”, e inicia una búsqueda mental de responsables del contagio, no por razones científicas, en lo profundo de nuestro corazón es más una razón de juicio.
Luego vienen los sentimientos vividos por las personas que son aisladas, viven un aislamiento de manera agresiva, hay sensaciones de rechazo, menosprecio y soledad, es como una discriminación. Podríamos usar como ejemplo en esta experiencia, la vivencia de un leproso en la época de Jesús, ellos debían vivir aislados de su hogar, de la sociedad y gritar por el camino que era una persona inmunda para que nadie se le acercara, sin embargo, Jesús en Mateo 8.1-3, cuando un enfermo de lepra llegó ante Él y se arrodilló reconociendo quién era Jesús y le dijo “Señor, yo sé que tú puedes sanarme. ¿Quieres hacerlo?”, la respuesta de Jesús fue “quiero”.
Es bueno recordar que siempre habrá un apoyo en nuestra concepción espiritual, Dios puede sanarnos, sí; pero no debemos descartar que también está la opción de que debemos pasar por ahí; en el fondo de nuestro corazón no quisiéramos, pero como dijo Jesús cuando estaba en el Getsemaní, “Padre, si es posible que pase de mi esta copa”. A veces tenemos que pasar por ahí.
Cuando el COVID llega a tu hogar, puedes recordar y hacer tuya estas palabras, “Aunque tengas graves problemas, yo siempre estaré contigo; cruzarás ríos y no te ahogarás,
caminarás en el fuego y no te quemarás porque yo soy tu Dios y te pondré a salvo.
Yo soy el Dios santo de Israel.” Así dice en Isaías 43.2-4
Cuando el COVID llega, hay que dejar atrás el corre y corre, al menos eso dice mi amiga y le agradezco la transparencia con que me compartió su experiencia, ella dice, “el virus te detiene, hay angustia, pero si buscamos en medio de esos instantes de angustia al Dios que vive y todo lo ve, Él te muestra y puedes extraer de la situación SUS palabras”, recordé a aquella mujer, Agar, que huía sola, por el desierto, Dios la detuvo y le dijo “he escuchado tu llanto”, ella aprendió de esa experiencia de vida, que Dios es “El Dios que todo lo ve”.
Mi amiga al ser diagnosticada, se sentó en su cama y le dijo a Jesús: “Señor, a muchas partes he ido a servirte, tú me protegiste, siempre regresé con bien a mi hogar, sin embargo estando en mi casa supuestamente segura, fui contagiada y mi familia, no te pido que nos quites de en medio de esta experiencia, solamente dame las estrategias, alternativas y recursos para sobrellevar este virus”, ella también llenó su mente de palabras de esperanza que obtenía de la Biblia, creyendo siempre en la pronta recuperación.
Recibió todas las atenciones médicas, los medicamentos, igual que toda su familia; sin embargo, su madre, una adulta mayor, unos días después falleció, no murió sola, estaba rodeada del personal del CEACO, quienes trabajan 24/7 para hacer soportable esta experiencia a las personas que llegan ahí, le permitían y le ayudaban a escuchar por el celular las voces de su familia y todos pudieron despedirse; les comparto esto porque aunque el núcleo familiar vive la experiencia y la angustia, el resto de la familia también está sufriendo, hay miedo y una sensación de que el virus se pasará por las líneas telefónicas.
Muchas lecciones se aprenden, es más hay una familia más que Dios añade, y son aquellas personas que de una u otra forma, con una llamada telefónica, con palabras de apoyo te acompañan, y cambian la suerte de este dolor.
También aprendes que es una oportunidad de acercarse más a Dios, de descubrir en esa intimidad, como el dolor es ineludible, pero te hace más fuerte y si deseas puedes ser mejor persona, agradeciendo los desafíos, o simplemente abrazar el dolor y hacer de él la tienda de campaña llamada sufrimiento y quedarte allí odiando, culpando a todos y a todo por lo sucedido, esas son dos opciones, la decisión la tomarán solo aquellos que viven de cerca el flagelo del COVID.
Hoy queremos invitarte a cuidarte, recuerda que tu familia inmediata es tu burbuja social, la familia extendida que vive en otras casas, o tus amigos, cualquiera puede ser portador de COVID, vivamos el amor al prójimo, no te arriesgues, ni arriesgues a los tuyos, protégete y protege a tus semejantes.