Hace muchos años en este pequeño país llamado Costa Rica, la época de navidad era muy diferente, eran momentos maravillosos empezaban los vientos fuertes, hoy sabemos que se llaman alisios y que con ellos se anunciaba a los niños que llegó la navidad. En la escuela se acercaban las vacaciones de tres meses y con ellas la oportunidad para ir a coger café para comprar la mudada nueva del año, pero no solo eso, también los útiles para ir a la escuela el año siguiente.
¿Hacer tamales?, ¡por favor!, eso se convertía en una fiesta familiar y ¿por qué no?, a veces hasta comunitaria; se iba a recoger las hojas para hacer los tamales a los cafetales, los más pequeños las soasaban en los fogones, luego las limpiaban, y cómo olvidar las grandes cantidades de maíz que había que llevar al molino del mercado, por supuesto el maíz bien cocinado con cal y no se podía olvidar que antes de cocinar la masa había que colarla para que los tamales quedarán más blancos y suaves.
A pesar del frío los niños jugaban en las calles y soñaban con lo que les iba a traer “el niñito Dios”, el paseo más lindo era ir a ver las ventanas de las tiendas, si había suficiente dinero, un paseo por la Avenida Central de San José, era casi asegurarse que lo que habían pedido lo iban a recibir.
Quienes eran evangélicos, el 24 de diciembre se iba a la iglesia, se cantaban coritos de navidad y se compartía todo lo bueno que se había vivido ese año, se agradecía a Dios por todo y se llevaba tamales para compartir con los demás. Era una fiesta de amistad.
Pero no se puede olvidar que en muchos hogares era tiempo de tristeza, a veces porque el padre de familia se dedicaba a gastar todo lo que ganaba en licor, esa familia sufría necesidades muy grandes y aunque los niños soñaban como todos los demás, no tenían nada, porque su padre se olvidó de ellos en esa época, era tiempo de hambre, de desear y no tener nada, la amargura que se construía en el corazón de esa madre y sus hijos era inevitable, ¿por qué el “niñito Dios”, era más bueno con los otros niños que con ellos? era la pregunta de rigor cada navidad, lo cierto es que muchos de esos niños fueron marcados para siempre por esa experiencia.
Para muchos hogares, esa historia dolorosa cambio cuando Cristo llegó al corazón del padre o la madre y los transformó. Soy testigo de familias que vivían en la miseria por causa del alcohol, pero cuando Cristo llegó a esos hogares, la historia de vida cambio. Con el paso de los años tuvieron su casita propia, la felicidad en esos hogares era notoria, la diferencia no la hizo la fiesta de alguna ONG o una institución de beneficencia que les hizo una fiesta de navidad y les llevó regalitos, no, la diferencia la hizo Jesús, que transforma el corazón egoísta del ser humano.
Muchas instituciones, personas de manera individual e iglesias organizan actividades para llevar a los niños un rato de felicidad, pero hay una diferencia enorme, entre una fiesta que puede ser pasajera y la fiesta real de navidad, que invita a Jesús a morar en el corazón del ser humano.
Las fiestas y la ayuda al que menos tiene son muy importantes, No me malinterpreten, la beneficencia es buena, pero sin Cristo es solo eso, asistencia social que crea dependencia. Presentemos junto con las fiestas a Jesús en esta navidad.
Es tiempo de compartir el verdadero mensaje de la navidad, recordemos que es Jesús en nuestros corazones lo que cambia la historia, con Cristo la transformación es individual, social y espiritual, también hay futuro para los miembros de la familia que se atreven a creer.
Cuando Jesús se presentó como el Pan que da vida, le preguntaron ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
«Y Jesús respondió: Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que Él ha enviado.» Juan 6.29